De cambios y otros encuentros...


Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la mas ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.
Casa tomada (1946), Julio Cortázar

En la casa teníamos más que recuerdos, creíamos que de ahí emergió nuestra vida, y eventualmente una parte importante de nuestra muerte... Aquella casa espaciosa, alguna vez alegre, en la que cada espacio reposaban sonrisas, llantos, peleas, alguna noticia importante, el nacimiento de mis hermanos; empezaba a emanar un hedor que enchilaba, no sólo los ojos sino nuestro andar, andar que se volvía cada vez más plural y separado.

A aquella casa construida para la comodidad de cada uno de nosotros, los integrantes de alguna familia que se fue transformando con los años (agregando y desplazando miembros); a la casa que alojó a mis más queridos amigos, mis primeros amores, mis conflictos más profundos (al menos hasta los 20s), no sé cómo ni cuándo le fue creciendo hierba mala, que de tanto en tanto notabamos pero estabamos muy "ocupados" para cuidarla, incluso para cuidarnos en ella.

La casa que en algún momento fue para todos uno de los mayores fuertes contra nuestros miedos, fue tomada y ahora nos llenaba de nervios, ni el nuevo portón, que hacía aquella casa una vez luminosa una jaula moderna para aves con alas cortadas, nos daba "paz". La inseguridad yacía adentro, en cada cuarto, los miedos de todos se hicieron más grandes e inundaron nuestros sueños, y poco a poco erosionaron la cadena que nos mantenía siempre adentro.

Muchos sabios orientales y algunos atentos occidentales dicen (o al menos así lo he interpretado) que un proceso esencial para el desarrollo de cada persona es el desapego, la conciencia sobre la impermanencia; "todo pasa, todo cambia", dicen... Hoy frente al portón de la casa, con la cegadora luz de las 3 de la tarde, aún no comprendo muy bien lo del desapego, y lloró por todo aquello que quedó ahí adentro, incluso por lo que en algún momento me causó tanto daño, lloró porque aunque el cambio es constante, ese fenómeno sobrenatural del miedo tomando espacios me parece inconcebible pero más cierto que nunca, porque aún cuando una parte de mi queda allí, acá afuera me esperan nuevos rumbos que generan nuevas incertidumbres y siento más tranquilidad así, en lo nuevo, en lo que ahora, sin tomarme por sorpresa, sé que va a cambiar y que quizá vuelva a llorar pero sólo para hacerme más fuerte, más consciente de que así es la vida y que nada realmente me pertenece, sólo para encontrar cierta paz en ello, porque aún conservo ese rasgo infintil distintivo de soltar emociones por los ojos, y se ha convertido en un rito que en algún momento me lleva a un estado meditativo.

A aquella casa amorosa, aveces fría, aveces el mayor juez de todos, le devolví la llave... agradeciendo todo lo que ella vivimos y fuimos; así como el impulso que nos brindó para salir de ella. Sólo espero no estar cargando demasiado de lo que los fantasmas del polvo recordaban en las ventanas, en las paredes, en los muebles, en las fotos, en el silencio; sólo espero (y desde ya empiezo a aportar a) el éxitoso deshilar de la cadena y el crecimiento de aquellas alas amorosamente cuidadas y cortadas.

Dicen que cuando uno corta el zacate, por ejemplo, crecerá con más fuerza, y no sé si nuestra historia es la del zacate pero sé que acá afuera donde el sol da con fuerza hay más espacio para vivir, incluso para aquellos que quedarán ahí, en la casa; después de todo, un respirar amplio, es un existir amoroso.

Comentarios

Entradas populares